El reino (Rodrigo Sorogoyen, España, 2018)

Con un fulgor narrativo sorprendente, Rodrigo Sorogoyen nos habla de la clase política patria, eternamente corrupta y sin exenciones ideológicas en su tercer largometraje El reino, para lucimiento del monstruo Antonio de la Torre. 

«El reino no es un relato de un político en concreto sino el retrato de una sociedad a través de un político que se corrompe.» Antonio de la Torre

Sección oficial del Festival de San Sebastián (tras concursar hace tres años con Que Dios nos perdone-Premio al mejor guión en aquella edición, lo peor de la película); El reino se convierte posiblemente en el mejor largometraje de Sorogoyen hasta la fecha. Pero lo mejor que ha rodado lejos  de las imposiciones del largometraje y de las salas de cine, sigue siendo Madre, el cortometraje ganador del Goya a mejor corto de ficción y que ahora adaptará al largometraje. Sorogoyen se vuelve a enfrentar al thriller tras su otra incursión en San Sebastián que se alzó con el Premio al mejor guión, quizás lo peor de Que Dios nos perdone. Su ópera prima en el largometraje fue Stockolm tras haber partcipado en la película a cuatro manos 8 citas y haber aportado su granito de arena a series como La pecera de Eva.

En los minutos iniciales de El reino no parece cuajar la música de Olivier Arson (parecida a la maravilla que hicieron Trent Reznor y Atticus Ross para La red social), una suerte de música electrónica cuya intensidad se acrecienta a la par que el ritmo violento de la cinta. Pero conforme va pasando el metraje no se nos ocurre otra música posible. La melodía aunque demasiado utilizada se va uniendo a ese viaje hacia los bajos fondos de la moral del personaje protagonista. Atención a ese plano secuencia inicial que nos anuncia que lo que veremos de los políticos es lo nunca visto.

«La trastienda de los políticos es lo que mejor retrata de la película. Lo que hacen una vez se cierran las puertas y los micrófonos. Una vez ya no les vemos». Ana Wagener

Lo que los políticos hacen en sus ratos libres, cuando no les miramos. Casi con carta blanca para unos intérpretes en estado de gracia, superlativos que transitan en muchas ocasiones el camino hacia el histrionismo pero que consiguen milagrosamente salir victoriosos, ante nuestro asombro y admiración. Lo de Antonio de la Torre es para hacérselo mirar. Seguimos sin ver a un actor, vemos a un político sin ningún pudor en ser como es, en pensar como piensa, en seguir y seguir hasta conseguir sus fines. Nos recuerda, al protagonista de esa serie que puede ser lo mejor que se haya rodado para televisión española en su historia: Crematorio, protagonizada por el ya fallecido Pepe Sancho.

 

«Quizás si la película sirve para tomar conciencia de que a lo mejor hay que cambiar el sistema electoral para que cada uno tenga que ganarse el voto personalmente y demostrar su valía y no esconderse dentro de la gran familia del partido que, a veces, es como un grupo como el de la película que parace un grupo de adolescentes de colegio mayor, que un grupo de responsables de un país».

Sorogoyen peca de exhibicionismo formal, intenta virguerías técnicas que en muchas ocasioens escapan de los conflictos de los personajes, lo que se traduce en una dirección demasiado vistosa, preciosista para una historia y unos arcos de transformación de personajes que quizás necesitarían más sosiego y dejar ser… Pero aún así es innegable el poder con el que Sorogoyen nos introduce en la historia. Como consigue gracias a ese acercamiento, a ese acompañamiento casi denunciable a ese protagonista, como nos permite que nos identifiquemos con él, que en el fondo le compadezcamos y que vivamos este viaje hacia los excesos a su lado y sin juzgarle realmente.

Josep María Pou

«Manuel López Vidal es uno de los nuestros». Antonio de la Torre

Lo peor de Sorogoyen y de Isabel Peña, su inseparable coguionista es el último acto de sus películas. El cineasta no sabe acabar las pelis de una forma redonda. Suelen contar con una escena definitoria y un acontecimiento desencadenante intenso, emocionalmente excesivo y vigoroso. Suele saber a través de un montaje poderoso llevarte a esa intensidad propia de los buenos thrillers en un segundo acto donde los arcos de transformación de los personajes se hacen poderosos e inquietantes, pero en su tercer acto las acciones de sus personajes son tan histriónicas que llegan al paroxismo. Lo excesivo pasa a ser un poco preocupante. A lo largo del metraje dilatado de esta vigorosa corrupción intrínseca vamos pasando por las distintas fases del auge y caída de un reino: Primero se nos presenta las cualidades de la «familia» y su ámbito de actuación; después asistimos impertérritos al auge y caída del futuro rey como si de un capítulo de Juego de tronos se tratara y, por último, vemos las consecuencias y estrategias del susodicho para no salir escaldado de la contienda, tirar de la manta y salir victorioso o al menos no dolorido, cueste lo que cueste.

Y lo mejor para no terminar con mal pie, es un ejercicio de vigor y contención en la dirección de actores que hace que algunas escenas sean antológicas. Sobre todo, recordad la escena del balcón tras la paella, es real y excesiva, muy española por su histrionismo, por su casi locura, con unos inmensos Luis Zahera y Antonio de la Torre. Porque Sorogoyen se crece en sus retratos a dos. No sabe filmar con la misma pasión e intensidad los retratos de grupo pero está empezando a ser un maestro de los retratos de a dos. Filma las conversaciones y los diálogos como dardos envenenados, como cuchillas a punto de clavarse en la ética y la moral política y social de sus personajes. Y a eso, evidentemente, contribuyen un elenco en estado de gracia capitaneados por De la Torre pero con unos excelentes Bárbara Lennie, Ana Wagener, Luis Zahera, Mónica López, etc.

 

Premios: 
Festival de San Sebastián: Sección Oficial
Festival Internacional de Toronto TIFF: Sección World Contemporary Cinema

Sinopsis: Manuel (Antonio de la Torre), un influyente vicesecretario autonómico que lo tiene todo a favor para dar el salto a la política nacional, observa cómo su perfecta vida se desmorona a partir de unas filtraciones que le implican en una trama de corrupción junto a Paco, uno de sus mejores amigos. Mientras los medios de comunicación empiezan a hacerse eco de las dimensiones del escándalo, el partido cierra filas y únicamente Paco sale indemne. Manuel es expulsado, señalado por la opinión pública y traicionado por los que hasta hace unas horas eran sus amigos. Aunque el partido pretende que cargue con toda la responsabilidad, Manuel no se resigna a caer solo. Con el único apoyo de su mujer y de su hija, y atrapado en una espiral de supervivencia, Manuel se verá obligado a luchar contra una maquinaria de corrupción que lleva años engrasada, y contra un sistema de partidos en el que los reyes caen, pero los reinos continúan.

Nota: 7.5

 

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