Zaniki (Gabriel Velázquez, España, 2018)

No ocupará grandes titulares ni copará las listas de las más taquilleras, pero el salmantino Gabriel Velázquez alcanza otro escalón más en su cine sincero, sin trampas, humanista y bello. Una película que en tiempos de radicalismos contra las lenguas, las tradiciones y las viejas costumbres en eterno y parece que inevitable olvido, es necesaria, para remover conciencias a través de la sensibilidad y el arte.

Es una historia atemporal pero que en realidad se hace más precisa en los tiempos presentes, donde el rumbo se pierde y donde todo lo pasado no merece nuestra consideración. El juglar Eusebio Mayalde lucha contra los amos y señores, contra guerreros a caballo y luchadores con capucha  para que su arte no muera, para que su magia al crear música casi con cualquier objeto, no se quede en el olvido, persista y sea tradición. Una de las escenas más bellas y necesarias de esta humanista película es en la que Eusebio le cuenta a su nieto lo que es la tradición y el niño empieza a ser autoconsciente de la importancia de hacer pervivir el mensaje generación tras generación. Sí, incluso en las generaciones de los iphones, de los milenials, de los youtubers; la tradición más pura, la menos dolorosa y la menos ofensiva, la tradición artística debe sobrevivir a sus monstruos.

Zaniki, el hijo del folk, tiene nombre de personaje de dibujos animados. De hecho, me recuerda, con todos los respetos a El rey león: Rafiki era ese babuino convertido en chamán que intentaba que su poder no se perdiese generación tras generación. Era quien bautizaba a Simba y quien lo hacía también con el hijo del rey. Eusebio es un trasunto de ese chamán jugando a un juego más letal y poderoso: la realidad.

Gabriel Velázquez además de filmar, vive. Lo digo porque muchas veces te encuentras en pantalla grande con productos tan vacíos, tan meramente entretenidos, que pueden ser perfectos para mucho público que aunque no reniegue de ellos, sí que me gustaría que se invirtieran los porcentajes. Y digo lo de que vive también porque como buen creador, es un buen observador de la realidad. Puede hablar sobre la adolescencia (Artico) porque la observa, puede hablar sobre el folclore y la tradición porque ha tenido la buena fortuna de encontrarse con una familia tan fascinante. En la frontera, como si fuera compañero de Isaki Lacuesta entre el documental y la ficción. 

El cineasta se sirve de su estilo estético y visual, potente y maduro, para crear el guión de cine, la historia que narra la película, a través del guión vital que la propia familia Mayalde le relató, en gloria del sr. Eusebio. La cinta gana por el tratamiento de la luz en exteriores y la noche y sobre todo en esa escena ya mencionada que resume toda la película.

Zaniki, obtuvo el Premio Rizoma de cine de 2018 y debería convertirse en una de las películas españolas más taquilleras y premiadas del cine español en 2019, pero no la veremos en los Goya, de eso pueden estar seguros.

Sinopsis: Zaniki, un niño de 8 años, admira a su abuelo Eusebio Mayalde, un paisano que parece salido de un cuento. Eusebio es un chamán que aúlla como los lobos en las noches de luna llena. El abuelo canta, baila y sobre todo, sabe hacer música con infinidad de objetos, cucharas, sartenes… convirtiendo así el día a día de la familia en un escenario constante. Su nieto lo absorbe todo con curiosidad infantil. Y el abuelo, por su lado, siente la necesidad de enseñarle lo que en el colegio no puede aprender: la conexión con la naturaleza y la experiencia de «sentir la tradición desde dentro». En un viaje iniciático se echan los dos al monte, en el confín de la meseta castellana, para compartir los ritos más atávicos de su tierra, hasta que Zaniki tome el relevo como nuevo trovador de la tradición.

Premios: Festival de Gijón: Sección oficial largometrajes a concurso

Nota: 7

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