Presence (Steven Soderbergh, Estados Unidos, 2024)

Presence, presentada en Sitges, es una nueva muestra de la capacidad de Steven Soderbergh para mutar sin perder identidad: una incursión en el terror psicológico que, más que recurrir a lo explícito, se sumerge en un clima de inquietud progresiva.
Steven Soderbergh nunca ha sido un cineasta que se conforme con lo esperado. Desde su ópera prima Sexo, mentiras y cintas de vídeo, que le valió la Palma de Oro en Cannes y redefinió el cine independiente estadounidense, hasta experimentos mucho más comerciales como los Oceans o Magic Mike o su díptico sobre el Che, su filmografía es un sinfín de reinvenciones. Con un guion de David Koepp, una de las firmas más solventes del thriller contemporáneo, la película propone una experiencia más sensorial que narrativa, más atmosférica que argumental.
El guion de Koepp resulta crucial en esta ecuación. No es casualidad que un guionista con su trayectoria, que ha sabido moverse entre el blockbuster y el thriller psicológico con soltura, sea el encargado de moldear esta historia. Responsable de libretos como El efecto dominó (1996), La ventana secreta (2004) o la perturbadora El último escalón (1999), Koepp ha demostrado una especial habilidad para construir relatos donde lo sobrenatural es solo una manifestación de ansiedades más profundas. Aquí, su escritura se despoja de artificios y se convierte en un ejercicio de sutileza: en lugar de asustar con sobresaltos, la tensión se construye en los silencios, en lo que queda fuera del encuadre, en la sensación de estar siempre al borde de una revelación que nunca llega del todo. Es un guion que, al igual que Efectos secundarios, juega con la ambigüedad moral de sus personajes y con la fina línea entre la realidad y la percepción.
Pero lo que realmente convierte a Presence en una experiencia hipnótica es la manera en que Soderbergh la filma. En esta ocasión, su característico estilo minimalista se combina con una fotografía fantasmagórica que transforma cada espacio en un territorio de extrañeza. Como ya sucedía en Contagio, donde la cámara parecía anticipar el peligro con cada encuadre, aquí la puesta en escena convierte lo cotidiano en algo amenazante: los pasillos se estiran en planos largos e inquietantes, las sombras se deslizan en los márgenes del encuadre y la luz fría dota a la imagen de una cualidad espectral. No se trata solo de mostrar lo paranormal, sino de hacernos sentir su presencia a través de la atmósfera, algo que Soderbergh consigue con una precisión milimétrica.
El tono de la película, en este sentido, es fundamental. Presence no busca el impacto inmediato ni la satisfacción de un clímax catártico, sino que se desliza con un ritmo pausado, casi hipnótico, que recuerda al cine de terror independiente estadounidense más autoral. En su forma de abordar lo sobrenatural sin concesiones efectistas, podría estar emparentada con obras como It Comes at Night o A Ghost Story, donde el horror se experimenta más que se muestra. Sin embargo, a diferencia de esas propuestas, Soderbergh no se deja llevar por el simbolismo excesivo ni por la abstracción: hay una historia concreta detrás, una exploración de la soledad y la pérdida que se sostiene en la contención emocional de sus personajes. Es una película que, en su sobriedad, en su negativa a ofrecer respuestas fáciles, se vuelve más perturbadora cuanto más se piensa en ella.
Presence no es un ejercicio de terror convencional ni pretende serlo. Su verdadera fuerza reside en la precisión con la que Soderbergh maneja la tensión, en su capacidad para generar desasosiego sin caer en lo obvio. Como en sus mejores trabajos, la película tiene algo de experimento, de desafío formal, pero también de fascinación por la narrativa cinematográfica en su estado más puro. En un panorama donde el cine de terror suele repetirse en fórmulas desgastadas, la existencia de propuestas como esta es un recordatorio de que el género, en las manos adecuadas, aún puede seguir siendo un territorio de exploración y sorpresa.
Sinopsis: Rebekah (Lucy Liu), su marido (Chris Sullivan) y sus hijos comienzan a experimentar fenómenos inexplicables tras mudarse a su nueva casa en los suburbios. Las extrañas presencias que se manifiestan a su alrededor les harán cruzar la fina línea que separa la realidad de la percepción… Una película contada enteramente desde el punto de vista de un fantasma.