Joao Pedro Rodrigues
Tiene el cine portugués una pequeña estrella, un director esquivo en los márgenes de las historias industriales. Tiene el país vecino una mirada furtiva alejada de los parámetros del cine convencional con una manera de rodar in extremis, particular, inquieta y despojada de cualquier esquema premeditado y estudiado.
Parece mentira que un cine tan cercano, al menos físicamente, se aleje tanto de nuestras fronteras; parece mentira que lo desconozcamos, que no lo disfrutemos y que el único nombre que se nos ocurra entre todos los artistas audiovisuales sea el de Manoel de Oliveira. Inquebrantable demiurgo de la cinematografía europea, sobre él descansan casi tantas películas como años y ya ha pasado la centena. Pero con todos los respetos que él merece, no es el único. Hay toda una cantera de jóvenes directores (y no tan jóvenes) dispuestos a que la cinematografía europea no condene a Portugal al ostracismo y al olvido.
Joao Pedro Rodigues se encuentra entre ellos con la determinación de quien se sabe preso de una manera de contar alejada de lo esperado; una forma que a veces raya lo asumible para un espectador medio. Son sus películas todo un viaje emocional hasta los territorios de la sensibilidad y del deseo, desde las desviaciones hasta el amor entendido como sentimiento universal y necesario.
En Barcelona hemos visto su última creación: A ultima ves que vi Macau, dirigida a cuatro manos junto al documentalista Rui Guerra Da Mata. Transita en el film diario a través de los recuerdos y las sensaciones, a través de los sentimientos y las necesidades, las añoranzas y los olvidos. En Macau se busca un recuerdo, un secreto, algo que permita explicar una muerte. Se busca sin aspavientos y florituras. Como cada película del joven maestro, Joao Pedro Rodrigues exige de la capacidad del espectador para preguntarse, para viajar con él, para jugar, a lo que se cuenta y a lo que se oculta.
Pero fue aquella deliciosa cinta que merecería una columna de Los olvidados por sí misma: Odete (no confundir con la Odete francesa), la película con la que comenzó la historia de amor con este cineasta que conseguía transmitirme una sensibilidad incipiente, en algunos casos desesperada e incluso exasperante. Pero cuidado, Rodrigues nunca cae del lado del sentimentalismo barato, de la lágrima fácil, en su cine nunca nada es gratuito, llorarás por desesperación, por pura impotencia, por sentir que las vidas de sus personajes te duelen. Porque vivir duele y Rodrigues sólo sabe grabar la vida. Quizás la vida alejada de unos parámetros convencionales, quizás con unas historias a las que no estamos acostumbrados, quizás sus personajes necesiten y deseen unas cosas que no solemos ver, pero eso le hace más grande. Si queremos a unos personajes con los que no compartimos casi nada, si consigue que empaticemos con una forma de amar tan radical y desesperada, será que algo está haciendo muy bien.
Si Odete destaca por su intensidad y su dolor; O fantasma lo hace por ser una historia más radical, extrema, despojada de cualquier sentimentalismo, descriptiva e intensa. Muchos que le amaron con Odete, se separaron de su lado tras este camino al lado oscuro, a lo vacío, a lo raro, a lo bizarro. Pero ese tránsito que muchos no entendieron no fue sino una preparación de la que muchos consideran la mejor película de su carrera:Morrer como un homem, una delicia visual despojada también de sentimentalismo barato mucho más cuidada estilísticamente que las anteriores. Morrer como un homem es como jugar todas las cartas, es decir: A esto puedo llegar, señores. Y si Joao Pedro Rodrigues puede llegar a algo así, se merece de pleno esta columna de Los olvidados para que espectadores inquietos como tú puedan descubrirlo. Hace dos semanas la película ha conseguido el premio a la mejor película del I Festival Marienbad de cine gay y lésbico. Una cita de autor dentro del mejor cine de temática homosexual.