Carta de Amor al cine de 2024

Querida Emilia Pérez:
Soy Nevenka. No sabía si escribirte porque ha pasado mucho tiempo, pero finalmente me he decidido.

Hoy, al mirar el cielo rojo al atardecer, no pude evitar pensar en nosotras cuatro: tú, Anora, Priscilla y yo. Aquellos años en los que compartíamos la casa, siempre llenos de risas, comidas y tardes de cine. ¿Te acuerdas de cómo nos llamaba la señora de la casa-Nina se llamaba? “Las cuatro hijas”. Siempre parecía una ironía cruel, viniendo de alguien que apenas nos soportaba, pero nos gustaba apropiarnos del nombre y de un modo u otro seguiremos siendo eso, casi como hermanas. Una pena porque la hija de Nina, Rita, era un encanto.

Vivíamos tan cerca que incluso podíamos escuchar las respiraciones del resto desde la habitación de al lado. Parecía un refugio del mundo, un espacio donde podíamos ser quienes realmente éramos sin miedo a los juicios externos. Un lugar de escape en el que refugiarnos. La noche en el que nuestra morada acabó convirtiéndose en una casa en llamas, todo cambió. Los destellos de esas llamaradas se veían desde bien lejos. Han pasado más de veinte años y aún no sabemos la sustancia que provocó aquel desastre. Solo que el Jurado nº 2 se opuso a la condena y al final quedaron todos libres, en la calle.

¿Te acuerdas de nuestros cónclaves? jajaja. Nos reuníamos cada lunes para hablar de nosotras, para asegurarnos de que juntas éramos más fuertes. Y para comprobar si eso que me decía mi madre constantemente, era real o no: El mal no existe. Pero tenía más razón mi abuelo, la verdad: cada vez que me veía y le hablaba de nuestra convivencia, de nuestras luchas y nuestros problemas, solo atestiguaba: Pobres criaturas

¿Te acuerdas de Dogman, aquel hombre con sus perros que siempre nos hablaba en inglés? Era el vecino del quinto, creo recordar. Un señor afable, variopinto y muy culto.  Decía que debíamos encontrar The Sweet East en las pequeñas cosas de la vida, porque solo así llegaríamos a vivir nuestros Perfect Days. Nunca supe si era un sabio o un loco, pero algunas noches, cuando el silencio invade mi casa, sus palabras vuelven a mi mente, como el eco lejano de lo que algún día fue.

A veces me pregunto qué habría pasado si no hubiéramos tenido que huir esa noche. Tal vez, juntas, podríamos haber enfrentado todo: los abusos que sufrimos, los hombres que nos hicieron daño, las cicatrices que todavía cargamos. Pero la vida tenía otros planes. Anora me contó hace poco cómo ha encontrado un poco de paz trabajando con personas que sienten que no tienen un lugar en el mundo. Ella siempre tuvo esa capacidad de conectar con los desconocidos, de ofrecerles consuelo incluso cuando ella misma estaba rota.

Te escribo también para contarte que me han concedido un premio por mi primer libro, bueno, en realidad es el segundo premio que recibo. Se llama La memoria infinita y en él relato todo lo que nos pasó, nuestras heridas. Y como supimos siempre ponernos en el lugar de la otra. Aún me siento «la infiltrada» en esto de la escritura, pero con tanto reconocimiento voy a tener que pensar que no soy tan mala. Es un proyecto que me ha hecho revivir momentos que creía olvidados, como aquel día en que Priscilla nos llevó al cine a ver Gladiator II, convencida de que necesitábamos una dosis de épica para inspirarnos. Lo que sé es que al menos he intentado retratarnos como las reinas de la caja de cristal, ese mundo que antes era divertido, pero que poco a poco se fue convirtiendo en nuestro infierno particular. No sé si habré conseguido escribirlo, te mando una copia de la novela, quizás te parezcamos más «el clan del hierro» del que siempre me hablabas.

En casa, mis hijos me enseñan cada día que la vida sigue, que hay esperanza incluso cuando todo parece perdido. Estoy trabajando con adolescentes desde el último verano e incluso fuera de temporada en talleres sobre el consentimiento, ayudándoles a construir relaciones sanas. Pienso en lo mucho que habríamos necesitado algo así en nuestra juventud, cuando nadie nos explicó cómo protegernos de los peligros que enfrentábamos. Sabes mejor que nadie que por donde pasa el silencio, siempre hay lucha y sufrimiento.

He aprendido que las heridas nunca desaparecen del todo, pero pueden transformarse en algo hermoso. Como me dijo una vez una compañera en un grupo de apoyo, “Los que se quedan son los que encuentran la fuerza para seguir adelante.” Y eso es lo que hemos hecho, ¿verdad? A pesar de todo, aquí estamos.

Espero que tú también estés bien, Emilia. Y que Anora, donde sea que esté, encuentre finalmente la felicidad que tanto merece. Aunque nuestros caminos nos hayan llevado lejos unas de otras, siempre siento que una parte de mí está contigo y con las demás. Tal vez algún día podamos reunirnos de nuevo, hablar de todo lo que hemos vivido y recordar que, pase lo que pase, siempre nos quedará mañana. Me encantaría comenzar el deshielo de aquel incendio.

Por los años nuevos que nos quedan por vivir (los peores ya pasaron), por sabernos querer con admiración y devoción, te mando un fuerte abrazo para tu hija Celeste, que si no recuerdo mal este año cumple dieciocho. Y que espero que siga siendo la estrella azul que te guíe en el camino.

Con amor,
Nevenka

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