72º Festival de cine San Sebastián Zinemaldia 2024: Sección oficial

Vamos a repasar todas y cada una de las películas que han pasado por la sección oficial de esta 72ª edición del Zinemaldia:

  • EMMANUELLE

El intento de Audrey Diwan por reinventar Emmanuelle se queda en un vacío ejercicio de estilo, tan pulcro como inerte. Lo que en el cine de los 70 fue una exploración del deseo, aquí se convierte en una serie de postales de lujo sin alma ni tensión. Noémie Merlant hace lo que puede con un personaje que nunca llega a revelarse como alguien real, atrapada en un guion que confunde contención con frialdad y sofisticación con rigidez.

El resultado es una película que se arrastra con pesadez, incapaz de despertar interés ni en lo narrativo ni en lo sensorial. Las imágenes son elegantes, pero su frialdad aséptica deja cualquier atisbo de erotismo fuera de la ecuación. Ni siquiera el marco exótico de Hong Kong consigue aportar misterio o magnetismo a una historia que se desmorona entre diálogos vacíos y una puesta en escena más preocupada por la estética que por transmitir emociones. Una inauguración de la Sección Oficial de San Sebastián que deja indiferente.

  • BOUND IN HEAVEN

Bound in Heaven intenta envolver su historia de amor trágico en un aura de poesía visual, pero su impacto es tan efímero como sus bellas imágenes. Xin Huo demuestra pulso en la puesta en escena, pero la película se ahoga en su propio dramatismo, acumulando golpes del destino hasta perder cualquier sutileza. La relación entre sus protagonistas, aunque interpretada con convicción, se desarrolla de forma predecible, con una trayectoria que se adivina desde los primeros minutos.

El problema no es solo su exceso de solemnidad, sino lo poco que deja en el espectador una vez terminada. Su intensidad emocional parece diseñada más para el instante que para el recuerdo, y lo que podría haber sido un retrato conmovedor se convierte en un melodrama funcional que se olvida con el paso del tiempo. Al final, Bound in Heaven brilla fugazmente, pero no deja huella.

  • CÓNCLAVE

Desde su primera escena, Cónclave deja claro que estamos ante una producción de gran sofisticación. La dirección de Edward Berger, sumamente precisa, envuelve la película en una atmósfera solemne y opresiva que captura a la perfección la tensión de los pasillos vaticanos. La fotografía, de una belleza casi pictórica, juega con la luz y la sombra para resaltar el misterio y la ambigüedad de los personajes, mientras que la dirección artística construye un mundo hermético y majestuoso que parece contener siglos de secretos.

Las interpretaciones son, sin duda, el alma de la película. Ralph Fiennes ofrece una actuación magnífica, encarnando con una mezcla de vulnerabilidad y frialdad al cardenal Lawrence, un hombre atrapado entre la fe, la política y sus propias dudas. Le acompañan Stanley Tucci y John Lithgow, quienes aportan solidez y carisma a sus respectivos papeles, logrando que cada mirada y gesto transmitan el peso de sus ambiciones y conflictos internos. Sin embargo, el guion de Cónclave, basado en la novela de Robert Harris, tropieza en su desarrollo. A pesar de una primera mitad absorbente, la historia se estanca debido a una decisión narrativa que desafía la credibilidad y ralentiza el avance de la trama. Este giro, en lugar de intensificar la tensión, introduce un elemento forzado que parece ajeno al tono del film, diluyendo parte del impacto que había construido con tanto esmero. Como resultado, lo que podría haber sido un thriller político de impecable ejecución termina tambaleándose en su tramo final. A pesar de este escollo, Cónclave sigue siendo una película intrigante y visualmente deslumbrante, un ejercicio de cine elegante que, aunque no alcanza la excelencia de su planteamiento inicial, deja huella gracias a su atmósfera y a las poderosas interpretaciones de su elenco.

  • LE DERNIER SOUFLÉç

El último suspiro se presenta como una obra que busca profundizar en temas tan delicados como la eutanasia y el final de la vida, pero termina siendo una experiencia tediosa y carente de dinamismo. A pesar de contar con un planteamiento interesante y un reparto competente, la película se pierde en diálogos interminables que, aunque bien intencionados, no logran conectar emocionalmente con el espectador. La dirección de Costa-Gavras, aunque técnicamente impecable, se siente fría y distante, como si el filme estuviera más interesado en impartir una lección filosófica que en contar una historia con alma. El resultado es una cinta que, pese a su relevancia temática, se siente más cercana a un ensayo académico que a una experiencia cinematográfica envolvente.

Por otro lado, la estructura narrativa de El último suspiro no ayuda a mantener el interés. La película oscila entre momentos de reflexión profunda y escenas que parecen repetitivas, sin llegar a construir un ritmo coherente. Aunque la fotografía y la banda sonora aportan cierta elegancia visual, no son suficientes para salvar una trama que se siente estancada. Es una lástima, porque el tema merece un tratamiento más audaz y menos predecible. En lugar de provocar un debate profundo, la película termina por aburrir, dejando al espectador con la sensación de haber asistido a un seminario mal dramatizado en lugar de a una obra de arte cinematográfica.

  • EL LLANTO

El llanto es una película que intenta combinar el terror sobrenatural con una crítica social sobre el maltrato y las dinámicas opresivas de los nuevos tiempos, pero termina siendo una propuesta curiosa aunque fallida. A pesar de su interesante fotografía y su juego visual con el mundo de la creación y las redes sociales, la cinta se ve lastrada por un ritmo irregular y una narrativa que no termina de cuajar. Esther Espósito, en el papel principal, resulta insoportable en su interpretación, con una sobreactuación que distrae y dificulta la conexión emocional con su personaje. Aunque la dirección de Pedro Martín-Calero muestra destellos de talento, especialmente en la construcción de atmósferas inquietantes, la película no logra sostener la tensión ni desarrollar plenamente sus ideas más interesantes.

Por otro lado, El llanto tiene momentos que destacan por su audacia visual y su intento de abordar temas complejos desde una perspectiva feminista. Sin embargo, la película se pierde en giros innecesarios y una trama que, aunque ambiciosa, termina siendo confusa y poco satisfactoria. La música de Olivier Arson y la fotografía de Constanza Sandoval aportan una estética cuidada, pero no son suficientes para salvar una historia que se siente desequilibrada y, en ocasiones, pretenciosa. En definitiva, es una propuesta que podría haber sido mucho más impactante si hubiera priorizado la coherencia narrativa y la profundidad de sus personajes sobre el efectismo visual.

  • EL LUGAR DE LA OTRA

El lugar de la otra es una película que, a pesar de contar con la dirección de Maite Alberdi, conocida por trabajos anteriores mucho más redondos y personales como El agente topo o La once, se siente como un producto impersonal y paupérrimo. El sello Netflix es evidente en cada plano, con una estética que busca ser atractiva pero carece de profundidad y fuerza narrativa. La historia, basada en hechos reales y con un potencial interesante para explorar temas como el feminismo y la liberación femenina en los años 50, termina siendo una propuesta plana y predecible. La película no logra conectar emocionalmente, y se percibe claramente como un proyecto de encargo más que como una obra con un propósito auténtico.

Aunque la fotografía de Sergio Armstrong y la ambientación de época tienen momentos destacables, no son suficientes para salvar una trama que se siente estancada y carente de tensión. El guion, a cargo de Inés Bortagaray y Paloma Salas, no aprovecha las oportunidades que ofrece la historia real en la que se basa, y el resultado es una película que pasa sin pena ni gloria. El lugar de la otra es un ejemplo más de cómo el cine de plataformas puede caer en la mediocridad cuando prioriza la producción en serie sobre la autenticidad artística. Una decepción, especialmente viniendo de una directora con un talento tan notable en proyectos anteriores.

  • MI ÚNICA FAMILIA

Hard Truths se presenta como un intento de Mike Leigh por explorar las dinámicas familiares y las tensiones de la clase obrera, pero el resultado es irregular. Aunque la película tiene momentos que capturan la esencia del director, especialmente en su habilidad para retratar la crudeza de la vida cotidiana, la trama no termina de despegar. La historia de Pansy, interpretada por Marianne Jean-Baptiste, es un retrato de una mujer al borde del colapso, pero su desarrollo se siente fragmentado y, en ocasiones, demasiado predecible. Jean-Baptiste, sin embargo, logra darle vida con una actuación llena de fuerza y matices, aunque el guion no siempre le hace justicia.

Leigh, conocido por su capacidad para crear personajes complejos y situaciones llenas de verdad, parece esta vez más interesado en la confrontación que en la profundidad. La película tiene escenas que impactan por su crudeza, pero otras caen en un tono melodramático que no termina de encajar. Aunque la fotografía y la ambientación son impecables, Hard Truths carece de la cohesión y el impacto emocional que han definido los mejores trabajos del director. No es una mala película, pero queda lejos de ser recordada como una de sus obras esenciales.

  • SERPEN’S PATH

Serpent’s Path es un remake de la película homónima que Kiyoshi Kurosawa dirigió en 1998, y aunque el director japonés demuestra una vez más su maestría en la creación de atmósferas inquietantes y tensas, esta nueva versión no logra superar al original. Kurosawa, conocido por obras como Cure o Tokyo Sonata, tiene un talento indiscutible para construir escenas cargadas de suspense y simbolismo, pero aquí parece depender demasiado de la estructura ya establecida en su trabajo anterior. La trama, que sigue a un padre en busca de venganza por el asesinato de su hija, mantiene cierta fuerza narrativa, pero se siente como un ejercicio de estilo más que como una evolución del material original.

Aunque Kurosawa es un maestro de la dirección, Serpent’s Path evidencia que incluso los grandes cineastas necesitan un guion sólido para brillar. La película, ambientada esta vez en los suburbios de París, introduce algunos cambios geográficos y culturales, pero no logra añadir profundidad o nuevas capas a la historia. El resultado es una cinta que, aunque bien ejecutada técnicamente, carece de la frescura y la intensidad que podrían haberla convertido en algo más que una simple revisión. Aun así, es una buena película, especialmente para quienes no hayan visto el original, pero queda lejos de ser un hito en la filmografía de un director tan talentoso como Kurosawa.

  • EL HOMBRE QUE AMABA LOS PLATOS VOLADORES

El hombre que amaba los platos voladores es una película que, sinceramente, no entiendo cómo ha llegado a la sección oficial de un festival como San Sebastián. Diego Lerman, director de cintas como La mirada invisible o Una especie de familia, parece haberse perdido en esta ocasión en un intento de mezclar comedia absurda con drama, sin lograr que ninguna de las dos partes funcione. La historia, basada en hechos reales, tiene un potencial interesante al explorar el mundo del periodismo sensacionalista y los fenómenos extraterrestres, pero el resultado es una narración desordenada y carente de enfoque. Aunque hay momentos que intentan ser graciosos o reflexivos, la película no consigue conectar ni emocional ni intelectualmente, dejando al espectador con la sensación de estar ante un proyecto mal resuelto.

Es difícil no sentir decepción al ver cómo un director con trabajos anteriores más sólidos y coherentes se queda atrapado en una propuesta tan superficial. La película, aunque técnicamente bien ejecutada, carece de la profundidad y el impacto que uno esperaría de un filme en competición oficial. En un año con tanto talento emergente en el cine latinoamericano, resulta frustrante que una cinta como esta ocupe un espacio que bien podría haber sido para una obra más arriesgada o mejor construida. El hombre que amaba los platos voladores es, en definitiva, una oportunidad perdida y un ejemplo de cómo incluso los cineastas más talentosos pueden perder el rumbo cuando no encuentran un guion que respalde su visión.

  • LOS DESTELLOS

Pilar Palomero, tras su aclamada La maternal, regresa con Los destellos, una película que profundiza en las complejidades de las relaciones familiares y el duelo. Con un enfoque íntimo y delicado, Palomero construye un relato que trasciende lo melodramático para adentrarse en la sutileza de las emociones humanas. Antonio de la Torre y Patricia López Arnaiz ofrecen interpretaciones magistrales, llenas de matices, que capturan la fragilidad y la fuerza de sus personajes. La dirección de Palomero, acompañada por la fotografía de Daniela Cajías, logra crear un ambiente visualmente poético que refuerza la narrativa sin caer en lo pretencioso. La película, presentada en el Festival de San Sebastián, confirma a Palomero como una de las voces más interesantes del cine español actual.

En Los destellos, Palomero demuestra una madurez narrativa que va más allá de sus trabajos anteriores. La historia, centrada en la reconciliación y el perdón, se desarrolla con un ritmo pausado pero efectivo, permitiendo que los personajes respiren y evolucionen de manera orgánica. La incorporación de una joven actriz en un papel clave añade una capa adicional de frescura y autenticidad al conjunto. Aunque la trama podría parecer sencilla, la profundidad emocional y la sensibilidad con la que está tratada la convierten en una experiencia cinematográfica memorable. Sin duda, una obra que consolida a Palomero como una cineasta capaz de explorar con éxito los recovecos más íntimos del alma humana.

  • ON FALLING

Laura Carreira debuta con On Falling, una película que captura con precisión y sensibilidad la alienación y el desarraigo en el mundo laboral contemporáneo. Ambientada en Escocia, la cinta sigue a Aurora, una inmigrante portuguesa atrapada en la monotonía de un trabajo deshumanizante y una vida solitaria. Carreira logra transmitir la opresión del entorno a través de una dirección sobria y un montaje meticuloso, que refuerzan la sensación de aislamiento y desconexión. La fotografía de Karl Kürten, con su paleta fría y espacios claustrofóbicos, complementa perfectamente la narrativa, mientras que la actuación de la protagonista aporta una profundidad emocional que conecta con el espectador desde el primer momento. Presentada en el Festival de San Sebastián, esta ópera prima demuestra un dominio técnico y una voz auténtica que promete un futuro brillante para su directora.

On Falling no solo es un retrato íntimo de la lucha por mantener la identidad en un sistema opresivo, sino también una reflexión sobre las consecuencias emocionales del capitalismo moderno. Carreira evita caer en el didactismo, optando por un enfoque más sutil y poético que permite al espectador experimentar la desesperanza y la resistencia de Aurora. La película, que recibió la Concha de Plata a la Mejor Dirección en San Sebastián, destaca por su capacidad para combinar el cine social con una estética cuidada y un ritmo pausado pero envolvente. Sin duda, una de las revelaciones del año y una muestra más de que el cine independiente sigue siendo un espacio para historias necesarias y conmovedoras.

  • SOY NEVENKA

Icíar Bollaín aborda en Soy Nevenka un caso que marcó un antes y un después en la lucha contra el acoso sexual en España, pero lo hace con una aproximación que se siente más cercana a un telefilme convencional que a una película con ambición cinematográfica. Aunque el tema es potente y necesario, la dirección de Bollaín, conocida por trabajos más arriesgados como Te doy mis ojos, se limita aquí a una narración plana y predecible, sin profundizar en los matices psicológicos de los personajes. Mireia Oriol, en el papel de Nevenka, intenta dar vida a una mujer valiente, pero el guion no le permite trascender más allá de los clichés. El resultado es una cinta que, pese a su relevancia histórica, se queda en la superficie, sin alcanzar la fuerza emocional que el caso merece.

Presentada en la sección oficial del Festival de San Sebastián, Soy Nevenka decepciona por su falta de audacia narrativa y su enfoque demasiado didáctico. Aunque el reparto, especialmente Urko Olazábal como el alcalde acosador, intenta elevar el material, la película no logra superar su tono televisivo y su estructura rígida. Comparada con otras obras de Bollaín, como También la lluvia, esta producción se siente desaprovechada, más preocupada por transmitir un mensaje que por explorar las complejidades humanas detrás del caso. En un año con propuestas más arriesgadas en el cine español, Soy Nevenka queda como un intento bienintencionado pero fallido de llevar a la pantalla una historia que merecía un tratamiento más profundo y menos convencional.

  • TARDES DE SOLEDAD

Albert Serra, conocido por su cine experimental y provocador, regresa con Tardes de soledad, un documental que aborda el mundo del toreo desde una perspectiva tan cruda como contemplativa. A diferencia de trabajos anteriores como La muerte de Luis XIV, donde exploraba la decadencia física con una mirada casi pictórica, aquí Serra se sumerge en la tauromaquia con una cámara que no juzga, sino que observa. El resultado es una obra que, sin tomar partido explícito, invita al espectador a confrontar sus propias contradicciones y emociones frente a un tema tan polarizante como este. La fotografía de Artur Tort captura con maestría la tensión y la belleza efímera de la lidia, mientras que la banda sonora de Marc Verdaguer añade una capa de solemnidad que refuerza el tono casi ritualístico del filme. Presentada en el Festival de San Sebastián, donde obtuvo la Concha de Oro, Tardes de soledad confirma a Serra como uno de los cineastas más audaces e impredecibles del panorama actual.

Lo que hace destacar a Tardes de soledad es su capacidad para trascender el debate simplista entre taurinos y antitaurinos, ofreciendo una experiencia sensorial que desafía las expectativas. Serra no busca justificar ni condenar, sino mostrar la crudeza y la complejidad de un ritual que, para bien o para mal, forma parte de la cultura española. La figura de Andrés Roca Rey, retratada con una mezcla de admiración y distancia, sirve como eje para explorar temas como el sacrificio, la tradición y la búsqueda de la belleza en lo violento. Aunque algunos puedan criticar la aparente neutralidad de Serra, es precisamente esta falta de posicionamiento explícito lo que convierte al documental en una obra tan incómoda como fascinante. Sin duda, una de las películas más polémicas y necesarias del año, que demuestra que el cine puede ser un espejo incómodo pero imprescindible para reflexionar sobre nuestra realidad.

  • THE END

Joshua Oppenheimer, el director detrás del aclamado documental The Act of Killing, se aventura en un terreno completamente distinto con The End, un musical postapocalíptico que desafía las convenciones del género. Sin embargo, lo que podría haber sido una obra audaz y transgresora se convierte en un ejercicio tedioso y desequilibrado. La película, que sigue a una familia refugiada en un búnker tras el fin del mundo, intenta combinar la oscuridad de un drama existencial con la extravagancia de un musical, pero el resultado es un tono confuso que no termina de cuajar. Aunque la premisa es interesante, la ejecución se siente forzada, con números musicales que, en lugar de sumar profundidad, interrumpen el flujo narrativo y diluyen la tensión dramática. Presentada en el Festival de San Sebastián, The End decepciona por su falta de cohesión y su duración excesiva, que la hacen sentir como un experimento fallido.

A pesar de sus buenas intenciones, The End no logra captar la intensidad emocional ni la profundidad conceptual que caracterizaron a trabajos anteriores de Oppenheimer. La película, que explora temas como la supervivencia, el aislamiento y la pérdida de humanidad, se pierde en un laberinto de ideas inconexas y escenas innecesariamente largas. El reparto, aunque comprometido, no consigue salvar un guion que oscila entre lo absurdo y lo pretencioso. La fotografía de Mikhail Krichman y la música de Josh Schmidt aportan momentos de brillantez visual y sonora, pero no son suficientes para sostener una narrativa que se desinfla rápidamente. En definitiva, The End es un intento ambicioso que, lamentablemente, no alcanza la altura de las obras que consolidaron a Oppenheimer como uno de los cineastas más innovadores de su generación.

  • THE LAST SHOWGIRL

Gia Coppola, conocida por su sensibilidad para explorar las relaciones humanas en cintas como Palo Alto, regresa con The Last Showgirl, un drama que marca el regreso triunfal de Pamela Anderson a la pantalla grande. Anderson, en un papel que parece hecho a su medida, brilla con una actuación llena de matices, vulnerabilidad y fuerza, demostrando que su talento va mucho más allá de los estereotipos que la encasillaron en el pasado. Interpretando a una bailarina que enfrenta el ocaso de su carrera y la fractura de su relación con su hija, Anderson logra transmitir una profundidad emocional que sostiene la película incluso en sus momentos más flojos. Su presencia en pantalla es magnética, y su interpretación se convierte en el corazón de una historia que, aunque no siempre acierta en su desarrollo, encuentra en ella su mayor acierto. Presentada en el Festival de San Sebastián, donde recibió un Premio Especial del Jurado, The Last Showgirl es, ante todo, una celebración del renacimiento artístico de Anderson.

Aunque la película no alcanza la profundidad narrativa que podría esperarse de su premisa, Coppola logra crear un retrato íntimo y conmovedor gracias al trabajo de Anderson. La cinta, que explora temas como el envejecimiento, la identidad y la reconciliación, se beneficia de una fotografía elegante a cargo de Autumn Durald y una banda sonora melancólica compuesta por Andrew Wyatt. Sin embargo, es Anderson quien eleva el material, entregando una actuación que combina fragilidad y resiliencia, y que se siente auténtica en cada escena. Aunque el guion a veces tropieza con diálogos predecibles y un ritmo irregular, la interpretación de Anderson mantiene al espectador comprometido. The Last Showgirl puede no ser perfecta, pero es un testimonio del poder de una gran actuación para transformar una película en algo memorable.

  • CUANDO CAE EL OTOÑO

François Ozon, director conocido por su versatilidad y su capacidad para mezclar géneros con elegancia, regresa con Cuando cae el otoño, una película que combina humor negro, drama familiar y un toque de intriga. Ambientada en un tranquilo pueblo de Borgoña, la cinta sigue a Michelle, una abuela aparentemente encantadora, interpretada con maestría por una actriz que roba la pantalla en cada escena. Ozon construye un relato que comienza como un retrato costumbrista, pero que poco a poco revela capas más oscuras y sorprendentes. Aunque la película no alcanza la profundidad de obras anteriores como Frantz o Verano del 85, su tono ligero y su enfoque en las contradicciones humanas la convierten en una experiencia entretenida y reflexiva. Presentada en el Festival de San Sebastián, donde recibió dos premios, la cinta confirma que Ozon sigue siendo un narrador hábil, incluso cuando no está en su mejor momento.

A pesar de sus virtudes, Cuando cae el otoño se siente como un ejercicio menor dentro de la filmografía de Ozon. La trama, aunque bien construida, carece de la ambición y la intensidad emocional que caracterizan a sus trabajos más memorables. Las interpretaciones, especialmente la de la protagonista, son sólidas y aportan matices a personajes que podrían haber sido unidimensionales. Sin embargo, el guion, coescrito por Ozon y Philippe Piazzo, no termina de explotar todo su potencial, dejando algunas subtramas sin desarrollar y un final que, aunque efectivo, se siente algo apresurado. En definitiva, Cuando cae el otoño es una película disfrutable, con momentos brillantes, pero que no logra consolidarse como una obra imprescindible dentro de la carrera de su director.

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