Argencine sorprende tras Wakolda

De-Martes-a-Martes

No sólo de la familia Puenzo podía vivir el cine argentino en la actualidad. Por mucho que se empeñen, al igual que el cine español no es Almodovar, Amenabar, Alex de la Iglesia y pare usted de contar; el cine argentino es mucho más. Nos lo está demostrando estos días en Madrid, con una cuidadosa selección de lo más granado y menos pomposo del cine argentino actual. El cine Palafox de Madrid cada tarde y noche se viste de gala para acercar a un público más provisto a ver cine latinoamericano que cine español

Ayer nuestro ministro de Hacienda se atrevió a decir, que los espectadores no acuden a las salas porque la calidad de nuestro cine no es buena; cuando ellos se han cargado una educación que debería potenciar nuestra cultura; cuando ellos se han cargado un sistema de ayudas que paradójicamente ahora sólo ayuda al que menos lo necesita, cuando ellos han subido el Iva del  al cine del %. Recuerdo y no hace tantas años, acudir al cine por  500 pesetas (3 euros). Ahora tengo que desembolsar casi el triple si quiero ver una película en pantalla grande. Y ese no es mi problema, porque lo vería todo, es el suyo porque me lo imposibilita. Políticas aparte, y entendiendo que la fusión entre crítica y público en el cine argentino es totalmente diferente, vamos a desengranar lo que ayer provocó esta cita.

Comenzamos con la proyección de un documental que aunque no pasara del esbozo, se aplaude la inclusión de este género en la muestra; que llevaba por título El gran simulador, acompaña casi en la sombra, porque nunca llega a profundizar en la vida de uno de los mayores ilusionistas del mundo, él era argentino, se llamaba René Lavand y desde que era un niño tenía su mano derecha inutilizada. Era un mago manco y la particularidad se hacía más cuesta arriba ya que su especialidad eran las cartas. Lavand tiene alma y algo que te hace quererle. Es por eso que la película no cae del lado de los fracasos. Es tragicómica y con un humor muy particular, el humor mínimo del propio mago. Es entrañable y llevadera pero a mi juicio innecesaria.

Lucía Puenzo presentaba en el Argencine la película más esperada de la Muestra: Wakolda (El médico alemán). Ha participado en la sección oficial Un certain Regard del Festival de Cannes; en Horizontes Latinos de San Sebastián y hace unas semanas ha sido designada por su país: Argentina, para representarla en los Premios Óscar. Recordemos que una profunda y sentida El secreto de sus ojos le arrebató el Óscar a la mejor película extranjera a la favorita: El laberinto del fauno, hace tan sólo unos años. Argentina se alzó el premio gordo. Y ahora probará suerte con una atractiva directora y bien joven que nos sorprendió y embelesó con sus dos anteriores creaciones: XXY y El niño pez. Álex Brendemuhl, quien otrora se mimetizara con el personaje protagonista de aquel homenaje a No matarás que es Las horas del día de Jaime Rosales, está fantástico ante este personaje frío, taciturno y sombrío. Su mirada choca contra la de una niña observadora, inquieta y feliz. Un «especimen» que podría haber sido perfecto, pero que afortunadamente no lo fue. Lucía Puenzo adapta una novela propia en la que cuenta la historia de un  medico alemán que se instaló en la Patagonia y convivió con muchos argentinos que desconocían su pasado y su presente. Natalia Oreiro y Diego Peretti, los dos importantes actores argentinos le dan la réplica. También la niña Florencia Bado, que como su alter ego protagonista, está soberbia, soberbia en sus miradas y en su contención. Wakolda (El médico alemán) cuenta una incómoda historia sobre como en aquella parte del mundo, en algunos países latinos, algunos nazis como, por ejemplo, Mengele, encontraban el abrigo y la mirada hacia otro lado de una parte importante de la población. Hay un momento de una intensidad dramática apasionante en la cinta, cuando uno de los personajes protagonistas sabiendo ya la verdad dice: prefiero que estén con él, que con nadie. Este señor, por llamarlo de alguna manera se dedicó con total impunidad y sangre fría a experimentar con muchos jóvenes mujeres y ancianos en el campo de Auschwitz. Continuó su locura en Argentina con la ayuda o la ocultación de aquellos que creían que le necesitaban. Gran historia rodada con madurez narrativa, se trata de la tercera película de Lucía Puenzo y como en las anteriores, la juventud, la mirada inocente y la lucha contra la adversidad genética sobrevuelan todo el metraje. Altamente recomendable, este mismo viernes se estrena en pantalla grande.

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Y entonces llegó la sorpresa, una sorpresa tan agradable como tedioso su título: De martes a martes, una ópera prima tan desconocida como madura en su planteamiento. Las opiniones fueron muy diversas, quizás porque el que no arriesga no gana. Contaba Gustavo Fernández Triviño, su director, que para realizar la película había buscado a un actor de más de 100 kilos y que fuera argentino y como eso era imposible, tuvo que buscarlo entre los no profesionales y se encontró con un comedido, sincero y veraz Pablo Pinto que se convertiría en el protagonista de esta cinta y en el mejor actor (algo que nunca hubiera imaginado) en uno de los festivales más importantes del mundo: Mar de Plata.  La cinta consiguió a su vez el premio a la mejor película en el Festival de Biarritz. Las críticas vienen por un ritmo pausado y una historia mínima, pero el que firma estas líneas cree que  son las mayores de una historia plena y bien llevada.

Recuerda en ocasiones a Gigante, la cinta argentina o incluso al Adán Aliaga que en Estigmas parecía explorar los vericuetos de las metáforas y la lucha física y psicológica por hacer frente a los obstáculos que nos pone la vida. De martes a martes es cine mínimo y con una madurez creativa propia de un cineasta con mucha producción detrás, no de un principiante. Triviño se crece con el paso de los minutos y consigue algunas escenas memorables, contenidas y nada pretenciosas. Este es el camino que debería seguir el cine argentino. Un cine sensible pero no sensiblero; audaz y maduro a la par que iniciático y profesional. Cuando Argentina se acerca a los Ausentes, Las miradas Invisibles, Las culpas o los gigantes, se convierte en uno de los mejores cines del mundo de martes a martes.

Matrimonio es una chorrada protagonizada por Cecilia Roth y Dario Grandinetti. Se le podría haber sacado mucho más partido a estos dos grandes actores, pero la historia se queda en la caricatura de dos seres que se necesitan, se quieren, se adoran, pero a la vez no pueden estar juntos.  Mil veces contada esta visión desde los dos puntos de vista. Esta amalgama de emociones y de humor casi inexistente está vacía de contenido y lo más preocupante es que no tiene ritmo. Matrimonio como el que se relata en la historia hace aguas casi a los cinco minutos del metraje. Nos creemos los personajes porque vienen respaldados por dos monstruos de la interpretación pero la historia no da para más. Si lo que recuerdas al salir es únicamente la música de la cinta, es que no ha conseguido su objetivo.

Le quedan dos días a Argencine, y aunque esta vez termine un jueves, nosotros nos quedamos De martes a martes.

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