La extraña pareja: Los Mitchell contra las máquinas y Der Bunker

En La extraña pareja nos desviamos del habitual monólogo sobre la película de turno para buscar el diálogo, la dialéctica entre largometrajes. Una sección libre de restricciones ni guías de ruta en la que pretendemos encontrar sinergias. Una vez al mes, reuniremos frente a frente una dupla de títulos a priori dispar o incompatible pero que, con la atención adecuada, puedan suscitar una rica conversación, o ofrecer reflexiones atractivos sobre aquellos rasgos en común que oculten. Sin más preámbulos, os invitamos a que nos acompañéis en esta aventura.

Siempre defenderé que el cine no debe ser realista en tanto construye, siempre que esté bien hecho, un universo propio con reglas diferentes. Pero es cierto también que el cine se basa en la realidad, y refleja aspectos determinantes de nuestra naturaleza. El ser humano y su conducta se ubican siempre en el núcleo de los relatos, y sus constructos habituales son brújula de los objetivos y valores de la narración. Por ello mismo, la unidad familiar es un tema habitualmente visitado por el séptimo arte. Y para decepción del que estas líneas escribe, la estructura familiar mas tradicional encorseta sobremanera infinidad de películas, especialmente cuando buscan complacer a los más pequeños. Tal es el caso de uno de los dos títulos que analizaremos hoy.

Dos largometrajes que no pueden ser más diferentes entre sí, pero que se construyen ambos sobre el tema eterno de la familia: la película de animación americana de Netflix producida por Phil Lord y Chris Miller Los Mitchell contra las máquinas, dirigida por Michael Rianda y Jeff Rowe, y la cinta fantástica alemana Der Bunker, de Nikias Chryssos. Una de las películas más populares del primer tercio de 2021 frente a una absoluta rareza. Dos retratos de familias con estructuras y hábitos dispares. Pero dos trabajos construidos sobre el objetivo último de restablecer un clima familiar estable en ambos escenarios, de transformar la situación de partida de ambas unidades para siempre. Y en ambas encontramos otro rasgo en común determinante: la intensidad y la apuesta por el exceso, resultando por consiguiente dos propuestas eficaces en sus respectivos terrenos que no dejan indiferente.

En el caso de la película de Rianda y Rowe, nos encontramos ante una película tan juguetona y desatada como técnicamente virtuosa. Un torrente de referencias y combinación de estilos y recursos gráficos que funciona como comedia de acción, como distopía de ciencia ficción y como acertadísima sátira de nuestra dependencia con el mundo virtual. Aventura de riesgo extremo y enemigo inabarcable con el futuro de la humanidad en juego en la que los héroes, cómo no, son una familia. Una familia en descomposición y equilibrio precario, que será a través de esta inesperada misión (que se introduce de manera delirante en un filme que hasta ese momento presentaba un cariz más realista) como recupere su armonía. Y si bien los robots, los smartphones o los ejecutivos tecnológicos puedan ser elementos vistosos, los esfuerzos del filme se dirigen a describir a cada miembro de la familia, sus anhelos y sus dinámicas.

Es más, el núcleo último es la hija aspirante a cineasta y su reconciliación con su atolondrada pero afectuosa figura paterna. Película vibrante creativa y viva que, pese a todo lo establecido, funciona mucho mejor cuando menos en serio se toma a sí misma. Presentan por ello mucho más interés los enfrentamientos o escaramuzas contra máquinas que su fuerte carga melodramática, tan predecible como bañada de estereotipo e insistencia cursi. Lamentablemente, esta ocupa gran parte de la cinta, y si no consiguiese que desarrollamos una fuerte empatía hacia los personajes estas derivas populistas comerciales resultarían mucho más farragosas.

En el caso de Der Bunker, también encontramos un filme desprejuiciado que apuesta sin complejos por el exceso: en este caso, por lo grotesco, por el festival desquiciado de lo impredecible y lo perturbador. Un viaje extravagante divertido, incómodo, único en su espíritu y objetivos. Un experimento que brilla especialmente desde su dirección artística. Pero construido alrededor de una familia que busca también un equilibrio. Una familia sumamente disfuncional, y no natural, sino creada. No en vano, el protagonista se encuentra por sorpresa formando parte de ella de manera no deseada. Y este protagonista se ve integrado en unas dinámicas malsanas de búsqueda de armonía sustentadas en la represión. Los progenitores desean que nuestro antihéroe forme a un deficiente y estancado Klaus, pero pronto descubriremos la hipocresía de una pareja que lo último que desean es que su vástago vuele libre.

Han manufacturado a su alrededor un artificial ecosistema guiñolesco que imita un hogar familiar de otra década en la que las sonrisas y la terminología afectuosa se congelan, pero la vida brilla por su ausencia. Un hogar taxidermizado, una micro-sociedad demente presa de sus propias reglas. El regocijo por el progreso académico del niño de edad indefinida se ve seguido por el celo, por el miedo a ser reemplazados como figuras dominantes y receptores del cariño de Klaus. Si Klaus no puede cumplir su rol de frágil niño a educar, castrar y dar afecto, alguien deberá tomar su lugar.

Dos filmes que no acaban de deslumbrar, fascinar, desafiar o prender nuestra memoria cinéfila, pero que sin duda sorprenden, entretienen y exhiben un fuerte estilo e identidad propia. Y muestran que en el cine, como en la vida, todo modelo de familia es posible.

Néstor Juez

Un comentario

  • Javier Sánchez

    Néstor nos mete en el búnker y con su klaustrofóbica crítica nos apabulla y espanta. Es una cinta de locos. Ich vertehe den Klaus nicht. Wirklich nicht.

    Responder

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