El viento se levanta: Miyazaki tiene alas para hacernos volar

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Se levanta el viento y se escurren las emociones. Se escapan los sentires y los anhelos. Se pierden en una amalgama de sueños y de esperanzas. Y entre todo ello el hombre. El miedo, la destrucción. Y miramos a otro lado. Como una rosa de espinas de las que sólo destacamos su color pasional, su fuerza y su belleza por mucho que nos las estemos clavando. Miramos a otro lado porque no podemos hacer otra cosa, para continuar existiendo, para continuar amando, necesitando, sintiendo. Y a veces duele, porque cada vez somos menos humanos. (Estas son las primeras frases que salieron después de haber visto la última película del maestro japonés).

Quizás lo mejor del cine sería amarlo pero sin nombres ni nacionalidades, sin estilos ni corrientes definidas. Quizás lo mejor para poder amar una nueva cinta sería sentarnos a disfrutarla en la gran pantalla, en pequeña pantalla; sólos o acompañados y dejarnos envolver por sus imágenes, sus músicas, sus sonidos y sobre todo sus historias.

Así no nos contaminaríamos ni para bien ni para mal, así no pensaríamos que una película nos va a encantar sólo por el hecho de estar dirigida por tal o cual director. Así nos dejaríamos seducir por el audiovisual como una experiencia primigenia cada vez. Pero de una u otra manera, están los artistas que nunca, nunca fallan, los genios audiovisuales, que con mayor o peor fortuna siempre realizan películas dignas de admirar. La noticia de la retirada de uno de los genios indiscutibles de la animación mundial, llegó en el último Festival de cine de Venecia (2013), donde el animador japonés Hayao Miyazaki presentaba a concurso en la sección oficial, la película que nos ocupa: Kaze tachinu (El viento se levanta).

Decía hace no mucho tiempo que Disney había hecho mucho daño concibiendo las historias como esquemas caducos e irreales donde siempre triunfa el bien, el amor y los valores. Sin embargo, la animación no sólo está concebida para manipular niños, la animación invita a soñar, a imaginar, a vivir mil y una aventuras, a sentir. En Cineysefeliz nuestro lema es «Cine para amar, para sentir, para disfrutar». Y esta película invita también a soñar. De hecho la animación no tiene por qué ser para niños y estamos ante una película que será mucho más apreciada por el público adulto, porque su ritmo pausado y su ausencia de lágrima fácil, la convierten en una película mucho más adulta que Ponyo en el acantilado, por poner un ejemplo.

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Miyazaki opta en su despedida por un biopic del ingeniero aeronaútico Jiro Horikoshi.

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Jiro Horikoshi (1903–1982) es desde pequeño un apasiado de los aviones, pero debido a su miopía no puede ser piloto.  Finalmente, decide convertirse en ingeniero aeronáutico, en lo que volcará toda su pasión.

Fue el responsable máximo de muchos de los diseños de cazas de combate japoneses durante la II Guerra Mundial, especialmente el más celebre de todos ellos, el caza Mitsubishi A6M Zero.

En 1923, con sólo 20 años viaja en tren y sufre las consecuencias del terremoto de Kanto. Ayuda después a una joven y a su tía heridas a volver a su hogar. Y este hecho marca su vida.

Se gradúa y empieza a trabajar en la planta de ingenieros de , una planta de fabricación de aviones. Japón sufre una crisis profunda y desea expandir sus dominios, por ello los aviones que se construyen tiene un sentido de defensa cada vez mayor. De aviones de pasajeros se pasa a aviones de combate. Japón debe luchar contra grandes potencias aeronaúticas mucho mejor preparadas que el país asiático: Italia, Alemania, Inglaterra…

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Rápidamente embarcamos este proyecto dentro del Studio Ghibli, tiene sus características, sus fondos, sus animaciones, su técnica y quizás no sus tiempos, pero agradecemos enormemente que Miyazaki se haya tomado esas pausas.

Pasemos aquí a disfrutar de posiblemente la mejor banda sonora compuesta para una película en todo este 2014 (lo que llevamos). Joe Hishashi vuelve a hacerse con la batuta y vuelve a trasladarnos a un mundo de ilusiones, de pasiones y de sueños.

El tema principal de este grandísimo compositor, que se se utiliza con ligeras variaciones en toda la película, es a la vez trágico y cómico. Y funciona estupendamente ante los sueños de su protagonista y ante el tono más dramático de la cinta.

http://youtu.be/_hBfU9NUdmY

Hirouki Gumo es el único tema cantado de la banda sonora y fue compuesto e interpretado por Yumi Matsutoya. Esta balada japonesa ha resurgido después de más de 30 años de su estreno.

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¿Y entonces Miyazaki consigue alzar el vuelo de nuevo?

Las mejores virtudes de Kaze Tachinu (El viento se levanta) se encuentran en la madurez de un cineasta que ya ha pasado al olimpo de los Dioses, no sería extraño, permítanme los puristas, situarle al lado de genios de la talla de Kurosawa, Ozu o Mizoguchi. La música y la historia, como siempre el envoltorio Ghibli, su imaginario visual y sonoro es lo que vuelven a convertirla en una verdadera delicia de la animación. Es una película atípica, diferente y arriesgada.

En esa madurez también nos presenta Miyazaki una relación mucho más adulta. Jiro tiene dos pasiones: Los aviones y esa niña que le vio crecer haciendo aviones de papel; esa chica que le vio ilusionarse con cada creación y esa mujer enferma que le acompaña aún en la distancia. Claro que se trata de la misma persona.

Entre sus defectos podríamos destacar que se trata de una película atípica, por las circunstancias que explicamos al comienzo, una cinta Ghibli pero alejada de lo que Miyazaki suele hacer. Pero esta también es una de sus mejores virtudes, pues consigue dejar su sello autoral en una historia que seguramente tenga mucho más peso para la audiencia nipona.

Entre los sueños de este Jiro y sus sentimientos ante la chica de sus sueños se cuela mucha parte de los peores años de la historia de Japón, la superpotencia, los de la Segunda Guerra Mundial. Jiro está construyendo armas de matar.

Hay que recordar que Miyazaki ya experimentó con los vuelos en el año 1992 con Porco Rosso, un cerdo aviador, que precisamente en un periodo de entreguerras, se enfrenta a un séquito de piratas. Además en otra ensoñadora cinta, El castillo ambulante, se levantaba el vuelo de una manera mucho más poética y metafórica. Lo que está claro es que a Miyazaki el mundo del aire, del viento, el poder volar le vuelve loco y nos alegra, porque el universo creativo es mucho más rico.

El viento se levanta es por tanto una carta de amor con posdata a su imaginario, a sus sueños a sus obsesiones. La posdata podría ser una inesperada despedida. Con un código novedoso podemos asistir a su universo temático e incluso sensorial. Y es en esas secuencias oníricas bellísimas que se solapan con los elementos biográficos del ingeniero, donde Miyazaki es un maestro. Un genio capaz de integrar la fantasía y los sueños en una textura realista. 

Cuando el viento apremia, un beso que pareciera inocente se escapa. Y la intimidad se cuela por la partitura de Hisaishi. Miyazaki le da alas a Jiro para seguir apasionado por su trabajo, por su sueño. Pero su motor, como tantas veces, es ese beso, es  ese amor tan puro, tan sentido y tan necesario. Si Jiro es el alter ego del propio Miyazaki y con esta cinta desea despedirse de todos nosotros, desde luego, nos entristece pero le damos las gracias por momentos tan inolvidables.

 

 

 

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